ESTE 10 JUNIO, A 53 AÑOS DE LA MASACRE DEL HALCONAZO
José René Rivas Ontiveros*
En estos precisos momentos hay una verdad a todas luces incuestionable, tal y como es el hecho de que, a partir del 1 de diciembre de 2018, fecha en la que el licenciado Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tomó protesta formal como presidente de la República, nuestro país ha vivido un sexenio profundamente democrático y respetuoso de las garantías individuales establecidas en la Constitución General de la República como nunca antes se había observado en México desde aquel efímero periodo de gobierno (noviembre de 1911 a febrero de 1913) del presidente Francisco I. Madero, que terminó después de un golpe de Estado y su asesinato por parte del general Victoriano Huerta quien luego se hizo del poder.
Sin embargo, el actual régimen democrático liderado por AMLO no se logró de la noche a la mañana, ni tampoco por generación espontánea, sino que es el resultado de una gran cantidad de luchas sociales del pueblo mexicano y constantemente abonadas con miles de muertos, heridos, desaparecidos, encarcelados, expulsados de sus trabajos, etcétera.
Y aunque si bien es cierto que en mayor o menor medida todas las luchas que se han generado han sido siempre importantes e impactantes para el proceso de democratización de la vida pública nacional, lo es también que siempre hay algunas que históricamente son mucho más relevantes y trascendentes que otras. Estos son los dos casos, por ejemplo, de las movilizaciones estudiantiles populares de 1968 y de junio de 1971, ambas protagonizadas por la misma generación, la del 68 y que finalmente ambas terminaron siendo masacradas por parte de un régimen, el priista, que actualmente vive los últimos momentos de su existencia.
Es por todo esto que, en la que de facto constituye mi primera colaboración formal en Recorriendo, este importante medio de comunicación digital que tanta falta hacia, creado y acertadamente dirigido por el activo periodista canatleco, mi paisano y buen amigo Marco Antonio Rodríguez Ruiz, quiero referirme a la masacre perpetrada, hoy hace exactamente 53 años, el 10 de junio de 1971 y a la que históricamente se le ha denominado como la Masacre del Jueves de Corpus o El Halconazo 10 de junio de 1971.
Aquella tarde que no pudo ser distinta
Luego de la masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, el otrora activo movimiento estudiantil que llevaban a cabo los estudiantes de las instituciones de enseñanza media y superior más grandes e importantes de la nación mexicana (UNAM, Instituto Politécnico Nacional, Escuela Nacional de Maestros y Chapingo) se sumergió en una etapa de reflujo y miedo y ya nunca más volvió a salir a la calle a manifestarse como lo había hecho en los meses de agosto y septiembre a través de aquellas apoteóticas y masivas manifestaciones que por tres ocasiones ocuparon y llenaron el Zócalo de la Ciudad de México, cimbrando las estructuras políticas del sistema político mexicano entonces férreamente hegemonizado por el régimen priista apoyado y controlado por un partido prácticamente único que se mantenía totalmente cerrado e insensible a cualesquier expresión opositora independientemente de estas fuesen protagonizadas por las fuerzas de la izquierda o de la derecha.
Sin embargo, a finales de 1970, tras el arribó a la Presidencia de la República de Luis Echeverría Álvarez quien de inmediato anunció que su gobierno sería de “Apertura democrática” con lo cual implícitamente daba a entender que sería muy diferente al sexenio que anteriormente había encabezado Gustavo Díaz Ordaz y en donde ésta no había existido. Simultáneamente a su anuncio y para hacerlo aún más creíble de inmediato comenzó a instrumentar un proceso de liberación hormiga de los presos políticos que se encontraban recluidos a raíz del movimiento estudiantil de 1968 y a quienes, incluso ya se les habían dictado sentencias o largas condenas que fluctuaban entre los 15 y 20 años de prisión. Tras esta importante acción del nuevo gobierno, la promesa aperturista parecía sincera.
El problema universitario de Nuevo León
En los primeros meses de 1971 el gobernador de Nuevo León Eduardo A. Elizondo determinó reformar la Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) que terminó con la imposición de un rector militar en esa casa de estudios, así como el pago de altas cuotas por parte de los estudiantes.
De inmediato, los estudiantes de la UANL se opusieron a estas medidas y un problema local más pronto adquirió dimensiones nacionales. Fue así como llegó a la UNAM y otras instituciones educativas de la capital mexicana quienes de inmediato determinaron solidarizarse con sus compañeros de la ciudad de Monterrey programando una manifestación callejera que partiría de las escuelas del Casco de Santo Tomás del Instituto Politécnico Nacional al Monumento a la Revolución. Sería la primera manifestación estudiantil que volvería a salir a la calle después de casi tres años de no hacerlo después del 2 de octubre en Tlatelolco.
Empero, no todo el movimiento estudiantil estaba totalmente convencido de manifestarse en la calle. Este era el caso por ejemplo de un considerable núcleo de ex dirigentes estudiantiles de 1968. Pero a pesar de esa oposición, la mayor parte de la dirigencia estudiantil aglutinada entonces en el Comité Coordinador de Comités de Lucha (CoCo) de la UNAM, el Politécnico, la Universidad Iberoamericana y de otras escuelas, determino manifestarse enarbolando nuevas y añejas consignas, tales como:
1.Apoyo a la Ley Orgánica propuesta por los estudiantes de Nuevo León en donde se estableciera el cogobierno paritario y la elección por votación de las autoridades universitarias, etc.
2. Democratización de la enseñanza desapareciendo las juntas de gobierno; el reglamento fascista que existía en el Politécnico; realización de elecciones democráticas de autoridades; gobierno universitario de profesores y estudiantes en paridad y aumento del presupuesto para la educación.
3. Oponerse a la reforma educativa antidemocrática que pretendía imponer el gobierno.
4.Democratización de la vida sindical
5.Libertad a todos los presos políticos del país.
Finalmente, la marcha aprobada por el CoCo se llevaría a cabo la tarde del jueves 10 de junio de 1971 y partiría del Casco de Santo Tomás del Politécnico y concluiría con un mitin en el Monumento a la Revolución. Por eso, desde días antes de la marcha los comités de lucha, sobre todo los de la UNAM, llevaron a cabo una intensa labor de propagación del acto con el fin de prevenir a los participantes ante una eventual represión de las fuerzas policíacas o militares. Aunque entonces nadie se imaginaba que en esta ocasión el gobierno utilizara otro tipo de cuerpos represivos.
El día programado la marcha partió alrededor de las 17 horas por la Avenida de los Maestros, la encabezaban los contingentes estudiantiles más numerosos y unos de los más combatientes de la época, tal y como lo eran los de la Escuela Nacional de Economía y la Facultad de Medicina de la UNAM, así como los de la Escuela Superior de Ciencias Biológicas del Politécnico. Cuando los manifestantes se dirigían a la calle Díaz Mirón tuvieron un primer encuentro con los granaderos quienes, al ver la decisión de los estudiantes de no suspender la marcha y luego de amenazarlos con reprimirnos, extrañamente les cedieron el paso. Esta misma conducta se repitió una cuadra más adelante; sólo que al tiempo en que la policía permitía que la marcha continuara bloqueaban las calles que desembocan en la Avenida de los Maestros, formando así un callejón.
Ahí vienen los estudiantes, que entren en acción Los Halcones
Luego de que los manifestantes llegaron a la Calzada México-Tacuba se escuchó un disparo de lanzagranadas e inmediatamente después detrás de los granaderos y a lo largo de la manifestación aparecieron varios cientos de jóvenes con apariencia de estudiantes. Sin embargo, no era estudiantes sino Los Halcones quienes divididos en seis grupos portaban garrotes de bambú, macanas y varillas forradas para atacar a los manifestantes- La columna estudiantil fue cortada en varios pedazos.
Armados sólo de sus pancartas los estudiantes en un primer momento hicieron frente a los agresores hasta hacerlos retroceder. Los Halcones volvieron a la carga, pero ahora respaldados por una descarga de gases lacrimógenos que no lograron hacer huir a los manifestantes. Otra vez los agresores volvieron a atacar, pero ahora ya armados con metralletas, fusiles automáticos M-1, M-2 e incluso M-16 de los que usaban los “marines” norteamericanos en la guerra de Vietnam, así como de pistolas automáticas de diferentes calibres. Fue hasta entonces cuando los estudiantes empezaron a caer muertos y heridos. Luego vino la dispersión: unos corrieron a refugiarse en las instalaciones de la Escuela Nacional de Maestros, otros en el Cine Cosmos, el Panteón Inglés y en diferentes edificios.
Los estudiantes heridos comenzaron a ser llevados al hospital Rubén Leñero, en donde eran auxiliados y escondidos por los mismos enfermos y protegidos por grupos de estudiantes. Mientras que Los Halcones se entregaban a la persecución, a la masacre, a la caza de seres humanos, al saqueo y la destrucción. Todo esto con la complacencia de los granaderos. Igualmente, autos particulares manejados por Halcones levantaban cadáveres y heridos de los manifestantes.
Una vez que las calles quedaron vacías, Los Halcones empezaron a disparar sobre los edificios y contra la gente que había auxiliado a los estudiantes y que ahora los protegía en sus casas. También disparaban en contra del edificio de la Escuela Nacional de Maestros. Después de saquear algunas casas y secuestrar a sus moradores, incluso con todo y niños, Los Halcones empezaros a aparecer en las azoteas, disparando en todas las direcciones.
Por su parte, unas tres mil personas, entre estudiantes y gente del pueblo, reagrupados, marcharon por la avenida San Cosme, llegando después de varios encuentros con los granaderos hasta el Hemiciclo a Juárez. Otros estudiantes destruyeron un panel de la policía y otros tomaron un camión con el que trataron de embestir a Los Halcones, quienes respondieron ametrallándolo. En tanto, que Los Halcones asaltaron, balacearon el Hospital Rubén Leñero y se llevaron a varios heridos que permanecían ahí.
Esa misma noche, grupos estudiantiles se dispersaban por varios sitios del centro capitalino difundiendo los hechos. Igualmente, y como en 1968, el Ejército volvió a aparecer en las calles, aunque en esta ocasión sólo por algunas horas.
La misma noche del día 10 de junio comenzaron las declaraciones y suposiciones sobre lo acontecido esa tarde en San Cosme. La primera de estas fue la del regente capitalino Alfonso Martínez Domínguez, quien independientemente de las evidencias, negó rotundamente la existencia de Los Halcones al manifestar que sólo eran una leyenda. Para el regente capitalino la trifulca de esa tarde había sido un encuentro “entre facciones estudiantiles opuestas”.
Luis Echeverría se lava las manos
Un día después Luis Echeverría declaró ante los reporteros que “si ustedes están indignados yo lo estoy más” e informó que “la institución encargada dará todos los pasos que se requieran para tocar el fondo del asunto y detener a los culpables”. Aunque en ningún momento, mencionó dentro de qué ámbito se buscaría a esos culpables. Tampoco citó a Los Halcones.
Un día después de la masacre la versión del gobierno únicamente habló de 4 muertos, 26 lesionados y 159 detenidos, todos eran estudiantes. En tanto que, ninguno de los agresores fue detenido. Aunque pocos días después, los estudiantes informaron que el 10 de junio había habido 27 personas asesinadas y de las cuales incluso de varias de ellas dieron a conocer nombres, apellidos, edad, escuela de procedencia y hasta el lugar exacto en donde cayeron asesinados. A este listado, más tarde se agregarían los nombres de más personas que habían quedado heridas y que después fallecieron.
Del número de muertos registrados, 9 eran estudiantes de la UNAM (6 de la Escuela Nacional de Economía, 2 de la Preparatoria Popular y uno de la Facultad de Comercio. El resto de los caídos eran estudiantes de otras escuelas de la capital, así como obreros, personas desconocidas y hasta una niña de tres meses de vida.
Creer que Luis Echeverría no sabía que Los Halcones realizarían esta masacre, es pecar de ingenuos e ignorantes de las reglas que siempre han existido dentro del sistema político mexicano en el sentido de que toda acción pública realizada por los secretarios de Estado y demás colaboradores cercanos como ahora era el caso, necesariamente debería de contar con el visto bueno o la orden presidencial. En consecuencia, Alfonso Martínez Domínguez no actuó de mutuo propio, él más que nadie conocía perfectamente las “sagradas” reglas del sistema político mexicano hegemonizado por el PRI.
Quedaba perfectamente claro que con esta actitud, tanto el presidente de la República como del regente capitalino, lo que buscaban era ganarle tiempo al tiempo para acrecentar aún más la confusión sobre los hechos y que la opinión pública aceptara que lo ocurrido el Jueves de Corpus no era responsabilidad de un grupo paramilitar ni del gobierno, sino resultado del enfrentamiento entre grupos estudiantiles políticamente antagónicos, tal y como desde la misma noche del 10 de junio apresuradamente lo había manifestado Martínez Domínguez. Fue sobre todo esta versión la que comenzaron a difundir algunos de los medios de comunicación más conservadores de la época y dentro de los cuales destacaba El Heraldo de México, en el que se dijo lo siguiente:
En un encuentro ocurrido ayer por la tarde entre grupos de ‘posturas ideológicas contrapuestas’, durante la manifestación estudiantil de aproximadamente siete mil personas, resultaron muertas 4 personas, 26 lesionados de diversa gravedad y fueron detenidas otras 159, entre ellas Manuel Marcué Pardiñas. La policía uniformada no intervino en la gresca. […]. Los 6 muertos cayeron bajo fuego de pistola, rifles y metralletas y si bien varios de los lesionados presentan heridas de arma de fuego otros más fueron golpeados […].
Pero, aunque este medio nunca citó por su nombre a Los Halcones, en la primera plana de la edición de ese mismo día publicó reveladoras fotografías en el preciso momento en el que integrantes del grupo paramilitar, armados con varas de bambú y otros objetos, se disponían a atacar a los estudiantes. Lo que implica, pues, que a como diese lugar, el gobierno tenía toda la intención de confundir y distorsionar la realidad de los hechos y para lo cual no sólo se conformó con lo que dijeran algunos de los medios de comunicación, sino que también buscó los servicios de otras instancias que fueran más creíbles, encontrándola en la propia UNAM, en donde la Asociación de Trabajadores Administrativos de la UNAM (ATAUNAM), en la mayoría de los diarios de circulación nacional publicó una inserción pagada suscrita por dos de sus principales dirigentes: Nicolás Olivos Cuellar y Evaristo Pérez Arreola, secretario general y del Interior, respectivamente.
En este desplegado los líderes sindicales universitarios decían:
[…] son de lamentarse las consecuencias que arrojó la pretendida manifestación programada en dicha fecha por grupos estudiantiles de las escuelas superiores de esta ciudad, en la que fue evidente la presencia de conocidos agitadores políticos excarcelados recientemente y que vienen constantemente creando choques e incitando a la violencia.
[…] condenamos la violencia tanto verbal como física, que se manifestó en el
acontecimiento de referencia, ya que consideramos que existen otros medios más adecuados para plantear y resolver las cuestiones que se presentan, en un ámbito sereno, dentro de los recintos escolares, con libertad y no en la calle tan propicia para el desorden.
Asimismo, la ATAUNAM aclaraba que los empleados administrativos de la UNAM eran ajenos a cualquier situación en la que se pretendiera inmiscuirlos sobre los hechos del 10 de junio, al tiempo que desautorizaba a los estudiantes para que los problemas de los trabajadores fueran utilizados como bandera para “provocar agitación”. Asimismo, se llamaba a los estudiantes a la cordura para que ya no se volviesen a sucintar hechos de violencia como los ocurridos, así como “para que eviten las actividades que obstruyen, con gran frecuencia y en forma periódica, la llegada de autobuses a la Ciudad Universitaria, irregularidad que redunda en perjuicio de nuestros compañeros quienes se ven obligados a utilizar otros medios de transporte cuyo costo afecta a su economía, así como también entorpece los servicios administrativos de nuestra institución”.
Pero a diferencia de lo ocurrido en 1968, cuando el régimen tuvo menos dificultades para manipular y distorsionar momentáneamente la información sobre lo ocurrido en Tlatelolco, esta vez no fue así debido a la asistencia el 10 de junio de un significativo número de periodistas nacionales y extranjeros, algunos de los cuales incluso también fueron agredidos y despojados de sus cámaras fotográficas, rollos, grabadoras, etcétera, por parte de Los Halcones. Debido a estos y otros hechos ocurridos el Jueves de Corpus, desde el primer momento en diversos medios de comunicación se conoció que el aparente encuentro entre grupos estudiantiles antagónicos era una mentira y que los verdaderos y únicos actores materiales de la agresión a los estudiantes eran Los Halcones protegidos por el gobierno federal.
El origen y función de Los Halcones
Será también a partir de la masacre del Jueves de Corpus cuando se comenzó a saber cuál era el verdadero origen e identidad de Los Halcones no obstante tener por lo menos tres años ya de haberse conformado y de actuar en contra de diversos movimientos anti sistémicos. Al respecto, se propagaría que el grupo fue creado desde un poco antes de 1968 por el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal, entonces regente de la Ciudad de México, como un cuerpo especializado de represión armada y para lo cual contó con el apoyo del teniente coronel Manuel Díaz Escobar, subdirector de la Dirección de Servicios Generales del Departamento del Distrito Federal. Fue este personaje el encargado de fundar el núcleo tras seleccionar a los mejores elementos de los diferentes agrupamientos que integraban los departamentos de Limpia, mercados, etcétera, así como en el Ejército, grupos porriles y pandillas de las colonias populares de la Ciudad.
En un principio y bajo las órdenes de Jorge Eduardo Pascual, este grupo estuvo integrado por 700 personas dedicadas durante el Movimiento Estudiantil de 1968 al asalto y ametrallamiento de planteles universitarios, politécnicos (preparatorias 4 y 9 y vocacionales 4 y 7) y El Colegio de México. Además de ametrallar escuelas Los Halcones secuestraban y golpeaban a estudiantes y quemaban camiones. La escalada represiva y el terror que se inició desde finales de agosto se vio significativamente incrementado durante todo el mes de septiembre, tenía como finalidad ir mermando la actividad del movimiento estudiantil hasta llegar al 2 de octubre.
Por otra parte, también se sabría que luego de su fundación grupo de Los Halcones recibiría un riguroso entrenamiento en diferentes técnicas de defensa personal y ataques de karate, judo, kendo, box; acrobacia; carreras de resistencia; prácticas de tiro con armas automáticas y manejo de armas blancas; tácticas de sabotaje; etcétera. También se supo que algunos de ellos eran enviados a Estados Unidos, Japón y Francia a recibir asesoría militar. Por tal razón, un requisito indispensable para ser aceptado en este grupo era gozar de buena salud.
En otras palabras, se trataba de una organización de carácter fascista, militarmente preparada para actuar como grupo de choque y reprimir movilizaciones estudiantiles y populares. En la misma dirección, Los Halcones eran formados ideológicamente, recibían clases deformadas de civismo e historia de México. En esta tarea como en las actividades físicas anteriores, estaban a cargo de capitanes y tenientes del Ejército, bajo las órdenes de Díaz Escobar y entre otros figuraban Rogelio Flores Berrones, Javier Castellanos, Moisés Cuauhtémoc, José Lamberto Ponce Lara y Francisco Villaseñor.
Luego de que Luis Echeverría arribó a la presidencia de la República y Martínez Domínguez al gobierno del Distrito Federal, el grupo de Los Halcones siguió existiendo dirigido por Díaz Escobar quien lo reestructuró y preparó para echarlo a funcionar en el momento en que fuese necesario y el cual para ese momento contaba con más de 1000 miembros organizados en varias secciones: 1) Los charros (grupo armado), 2) Los Halcones (400 golpeadores), 3) Acuarios (grupo de penetración) y 4) Grupo “Pancho Villa” (conformado por las porras universitarias). Unos y otros llevaban a cabo los entrenamientos en cuatro campos propiedad del Departamento del Distrito Federal: 1) San Juan de Aragón, 2) Nuevo Chapultepec, 3) Villa Olímpica y 4) la “Cuchilla del Tesoro”, detrás de la pista 5 del Aeropuerto Internacional, Asimismo, dependiendo de la peligrosidad, agresividad y efectividad con la que Los Halcones actuaban durante las acciones que les eran encomendadas, recibían pagos que oscilaban entre los 60 y 170 pesos por día .
Luego de la masacre el escándalo provocado por la existencia de este grupo paramilitar, en un tiempo demasiado corto, tomó un giro inesperado, rebasando tanto a las propias autoridades capitalinas como al presidente de la República, gracias entre otros aspectos a la gran cantidad de testimonios publicados en la prensa nacional. A estas evidencias se sumaron las grabaciones que los estudiantes interceptaron desde la Ciudad Universitaria por medio de radios de onda corta en las que se contenían las instrucciones que la policía les dio a Los Halcones, ordenándoles entrar en acción para enfrentar a los manifestantes. Tras esta evidencia no quedó ninguna duda de que Los Halcones sí existía.
Por todo esto, Luis Echeverría no tuvo otra salida más que actuar de inmediato y deslindarse de los hechos. En esta dirección, el 15 de junio en un mitin celebrado en el Zócalo capitalino, previamente convocado por los tres sectores del entonces partido oficial, tuvo como principal objetivo “apoyar el programa, principios y política gubernamental de Luis Echeverría Álvarez (y denunciar) la conducta antipatriota de las gentes de la llamada ultraizquierda y extrema derecha que tratan de influir en la mentalidad del estudiantado”.
Fue un acto al que asistieron miles de burócratas, obreros, campesinos, habitantes de colonias populares, etcétera, traídos de diversas partes del país y en la que en mantas muy bien elaboradas se demandaba, entre otros aspectos “castigo a los agitadores”, “mano firme contra los alborotadores”, “el pueblo exige la máxima energía”, “fuera la subversión”, “contra los motines y provocaciones, arma de los enemigos del pueblo” y “fuera izquierdas y derechas”. Igualmente, durante el desarrollo del acto, los oradores se refirieron a los hechos del 10 de junio, culpando del mismo a los contrarrevolucionarios y reaccionarios, a los exlíderes estudiantiles del 68 recién venidos del extranjero, a los grupos armados entrenados en Corea y hasta al Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO).
Por su parte, ese día la intervención de Luis Echeverría resultó mucho más conciliadora que la de los demás oradores cuando dijo que: “Deploro y condeno los acontecimientos recientes en que varios jóvenes perdieron la vida. Formuló un llamado a todos los mexicanos de buena voluntad que quieran seguir laborando pacíficamente, y en particular a las nuevas generaciones para que no se dejen sorprender por movimientos opuestos entre sí, ambos evidentemente minoritarios, cuyo único objetivo es la anarquía […]. La política clandestina, pero también la provocación y los métodos represivos, conspiran contra el pueblo y la Revolución. El gobierno actúa con los instrumentos de la ley y del esfuerzo colectivo. Trabaja a la luz del día y mantendrá contra toda amenaza, la confianza de los ciudadanos y la claridad de sus procedimientos democráticos. “México no retrocederá. Sería imperdonable que permitiéramos a un puñado de irresponsables cancelar la esperanza nacional. Quienes han provocado o desatado la violencia son enemigos de la concordia y del progreso. Contra ellos se levanta la indignación del pueblo.
Y ya para terminar su discurso, Luis Echeverría remató con una arenga poco común: “Cerraremos el camino a los emisarios del pasado”. Pocas horas después Martínez Domínguez y el coronel Rogelio Flores Curiel, jefe de la Policía, fueron relevados por Octavio Sentéis Gómez y el general Daniel Gutiérrez Santos, respectivamente.
La concentración oficial fue en donde se dio la voz de arranque con la que se iniciaron múltiples declaraciones e inserciones pagadas en los periódicos por parte de los diferentes sectores del PRI (CNC, CTM, CNOP, FSTSE) así como de la Coparmex, la Canaco, etc. Igualmente se manifestaron los gobernadores de todos los estados, la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, etcétera. “Todos alrededor del jefe del Estado mexicano, en contra de los grupos minoritarios enemigos de la concordia y del progreso, todos en contra de los emisarios del pasado, el rumbo ahora se llamaba Luis Echeverría Álvarez”.
A la serie de apoyos a la política presidencial también se sumó un significativo grupo de intelectuales y artistas, entre los que se encontraban Fernando Benítez, José Luis Cuevas, Rufino Tamayo, Ramón Xirau, Alí Chumacero y Carlos Chávez y quienes dos días después del acto priísta dieron a conocer un pronunciamiento en el que manifestaron que: “Los que hemos creído y seguimos creyendo en la solución de los problemas políticos por medios democráticos; los que hemos creído y seguimos creyendo que la libertad de pensamiento y de expresión –la libertad, en suma, que nos constituye como hombres- es el camino más certero hacia una vida civil y ciudadana, queremos hoy manifestarle nuestro apoyo […] Señor presidente hacemos constar que, en estos días graves y esperanzados, compartimos sus palabras. En efecto, no hay libertad sin razón ni hay diálogo sin inteligencia.”
Por otra parte, dos meses después de la caída de Alfonso Martínez Domínguez, Luis Echeverría también sustituyó al Procurador General de la República, Julio Sánchez Vargas por Pedro Ojeda Paullada y a quien supuestamente se le encomendó continuar con las investigaciones para buscar a los autores intelectuales y materiales de la masacre del Jueves de Corpus. Pero terminó el sexenio y ni este funcionario ni mucho menos el presidente de la República cumplió con lo prometido, ya que sin duda alguna el autor intelectual de la masacre se llamaba Luis Echeverría Álvarez.
Durante sexenio echeverrista, un régimen tan activo en lo referente a la persecución, consignación e incluso asesinato y desaparición de centenares de activistas políticos y más específicamente guerrilleros, fue totalmente “incapaz” de encontrar, ya no a los autores intelectuales, sino a los asesinos materiales, esto es, a Los Halcones, no obstante que estos eran más de mil, muchos de ellos ampliamente identificados en fotografías publicadas en diarios y revistas de circulación nacional. En este sentido, pues, el mandatario supo manejar hábilmente la situación mintiendo y engañando a muchos de los que creyeron en su sinceridad, tal y como fue el caso, por ejemplo, del grupo de intelectuales que sacaron la cara por él al grado de llegar a plantear que en esa época en México no había más que dos caminos: “Echeverría o el fascismo.”
Igualmente, desde el fin de su mandato y hasta el 8 de julio de 2022, fecha en que murió el expresidente, ya nunca jamás volvió a mencionar nada sobre el Jueves de Corpus, como tampoco del 2 de octubre de 1968 en la que Luis Echeverría como secretario de Gobernación que era en aquel año también fue corresponsable junto con Gustavo Díaz Ordaz y Manuel Gutiérrez Oropeza.
Por lo demás, se trató tan sólo de dos de las múltiples acciones represivas por no decir masacres perpetradas por un régimen y avaladas por un partido que ya dio de sí y que actualmente se encuentra en proceso de descomposición y eminente desaparición. Pero mientras eso se concreta ¡¡ El 10 de junio no se olvida!!
*Doctor en Ciencia Política y profesor e investigador de Tiempo Completo en la UNAM