El asiduo cliente de Tacos El Güero.
La mañana era fría, los vientos gélidos del mes de enero pegaban aún más fuerte que de lo acostumbrado, sin embargo, el “Güero” hay estaba ahí con su carrito verde, listo y dispuesto a vender los populares tacos sudados o de canasta, como se les conoce, ahí en la esquina de Mariano Escobedo y Mina, en el puro centro de ciudad Canatlán.
Era minutos después de las ocho, cuando los estudiantes pasan a la escuela, los jornaleros en sus bicicletas van con su chamarra y gorra bien puestos a la chamba así como los vecinos del lugar que salen a las compras, algunos de ellos a la farmacia que se encuentra a media cuadra de con José Óscar, que muy pocos saben, en el nombre de pila del popular taquero.
Empieza a llegar la clientela, lo mismo el que trabaja en la Comisión Federal de Electricidad que en el Seguro así como el ama de casa que desde el carro pide tantos de chicharrón, deshebrada o papas, aunque otros más prefieren los burritos de frijolitos y chicharrón.
Clientes habituales como el deportista Saúl González Sánchez, el Licenciado Franco, el Fruticultor César o el dirigente futbolero Yeyé son entre muchos otros, quienes hacen de este sitio un lugar de convivencia, mientras consumen esos sabrosos tacos y burritos.
El Güero siempre muy atento a la limpieza, tanto del carrito donde están en la hoya los tacos como en el entorno o en la repisa donde están los frascos con la salsa, la cebolla morada, el repollo con el chile habanero que los limones y el cuchillo para partirlos.
Son las nueve de la mañana cuando el bullicio y el pasar de carros ya están a la orden del día, con la pasada de carros rumbo a la gasolinera del centro o el Oxxo de un costado, con los agentes de venta que llegan, a su paso a o de Nuevo Ideal, Santiago Papasquiaro y Tepehuanes.
Llegar a los “sudados” con el Güero ya es una parada obligada en el itinerario de recorrido, tal y como sucedía con Arturo, quien como era costumbre, su llegada ya le significaba a Óscar el prepararle su plato con dos de frijolitos ya que era costumbre de su cliente habitual el pedir de dos en dos para que no se enfriaran.
Ya entrados en la plática, llegaba el cobrador en su moto a pedir tres para llegar, el maestro Timoteo Estrada pidiendo tres órdenes para llevar, sin bajar de su carro o el dueño de la tortillería de la media cuadra, por la Mina, llegar para almorzar y platicar los sucesos del día.
De esa manera y hasta el mediodía o poquito después es el mundo de la taquería del “Güero”, persona que a lo largo de ocho años ha sabido ganarse la estimación de muchísima gente, entre ellas Arturo, quien le dice mientras almuerza sus tacos de frijolitos, que pasar por Canatlán y no llegar a los ” sudados” es como no ir.
Así transcurría la vida en este centro gastronómico popular de la Mariano y Mina, aunque cabe mencionar los meses en que el Güero se ausenta, para irse contratado a trabajar a los Estados Unidos y con ello dar a su familia una mejor calidad de vida.
Esa mañana fría y gélida, llegó Arturo como siempre, pidiendo de dos en dos hasta completar seis, tomarse su agua embotellada, por aquello de la diabetes y la presión alta, respondiendo con un respetuoso no a la pregunta de que si le traen un refresco del Oxxo.
A la hora de pagar y de momento, el enjundioso propietario del carrito verde y limpio no traía el cambio del billete de 100 pesos que le entregó su habitual cliente, a lo cual, éste sin mayor prisa le dijo que no se preocupaba, que iba rumbo a Nuevo Ideal y que al día siguiente llegaría de paso, para almorzar.
– Al menos ya tengo cuatro tacos asegurados -, dijo bromeando, asintiendo el Güero con sonrisa a flor de piel.
Dicho y hecho, a la mañana siguiente, un martes, llegó el taquero con su carrito, caminando desde La Colonia Valenzuela, caminando a lo largo de las calles Felipe Pescador, Puebla y Mina, donde entrando en sentido contrario a la dirección vehicular, para de inmediato mojar el espacio y barrer, sacando los envases con los “aditamentos” de los sabrosos tacos, vestido con el uniforme de alegría, respeto y espíritu servicial que le caracterizan y previo a santiguarse, empezar a darle al trabajo.
Extrañado vio que Arturo ya lo esperaba, sin la camionetita en que transitaba por la región, haciendo sus recorridos, estaba ahí, con mirada melancólica, saludando apenas con una mueca de sonrisa a su alegre anfitrión.
Por hoy solo vengo a despedirme, amigo, le dijo al Güero, quien ya preparaba el plato con la bolsa de plástico externa, ahorita no traigo hambre y sí la prisa por llegar a casa a ver a mi familia, a mis hijos y con un abrazo, algo que nunca hacía, se despidió y se alejó caminando hacia la calle Independencia, al norte, para ahí doblar a la derecha, rumbo a la antigua tienda Casa del Sol, esquina donde actualmente es una farmacia.
¿Quién sabe qué pasaría, pero bueno, lo importante es que va de regreso a casa? Pensó el joven emprendedor mientras miraba alejarse a su amigo Arturo.
Así transcurrió media mañana y cuando ya estaba a punto de culminar, llegó una familia procedente de Pinos Altos, municipio de Nuevo y como en ocasiones anteriores, pidió sus cuatro órdenes, de surtido variado, para llevar.
En lo que el Güero preparaba, se hizo la plática y entre los temas que traía el joven matrimonio neoidealense era el choque y la posterior volcadura que había sufrido esa mañana una camioneta, que circulaba de norte a sur, entre los poblados La Soledad y Arnulfo R. Gómez, cuando presuntamente, de acuerdo a lo que escucharon en el lugar del accidente, un coyote se le atravesó al conductor de la unidad, que al evitar atropellarlo, chocó contra la contensión para posteriormente volcarse.
¿Hubo algún lesionado?, preguntó intrigado el anfitrión.
Sí, el policía que cuidaba el tránsito vehicular en la carretera nos dijo que había fallecido la persona que conducía, un agente de ventas que transitaba de manera frecuente entre Durango y Nuevo Ideal, al parecer se llamaba Arturo González; su cuerpo ahí estaba tirado, a un costado de la cinta asfáltica, tapado con una sábana.
Qué triste, verlo ahí sin vida, con su chamarra de pluma de ganso azul pastel cobijando el brazo derecho que había quedado fuera de sábana.
¿Qué le sucede?, pregunto el cliente al taquero, de repente se puso pálido, recordando el Güero que su cliente había llegado con una chamarra de esas características y sin su habitual camionetita.
Con la rapidez que pudo, este afable taquero pasó a un estado de tristeza y asombro, recogiendo cada cosa, subiendo los tres banquitos que lleva y rezando un Padre Nuestro, encamino de regreso a casa, pidiendo al Señor que su amigo también llegara a la de él, a la casa celestial.
FIN DE ESTA BREVE LEYENDA
Excelente relato.