16 de noviembre de 2024
A 408 AÑOS DE LA SUBLEVACIÓN TEPEHUANA, QUE TERMINÓ EN CANATLÁN.
MARCO A. RODRÍGUEZ RUIZ
CANATLÁN, DGO.- El próximo lunes 18 de noviembre, habrá de cumplirse el cuadrigentésimo octavo aniversario de la sublevación tepehuana, que tuvo lugar el mes de noviembre del año 1616, la cual inició al norte del Estado y concluyó en el Valle de Cacaria, hoy municipio de Canatlán.
El Ingeniero Pastor Rouaix, en su obra Diccionario Geográfico, Histórico y Biográfico del Estado de Durango, editada el año de 1946, en lo que se refiere a los Tepehuanos, los describe como una tribu o nación indígena que fue la más numerosa y la que mayor extensión de territorio durangueño ocupaba en tiempos anteriores a la conquista
Fue en Los Pinos, poblado lugar cercano a Canatlán y un poco al norte del valle de Cacaria, donde se libró la batalla, el día 18 de noviembre. El plan de guerra marcada el asalto a Guadiana el día 21, fecha escogida para el levantamiento general, sin embargo, se adelantó una semana, escribió el prestigiado personaje, que llegó a ser Gobernador de Durango
Los Tepehuanes eran una raza vigorosa, de costumbres morales, que tenían a la familia como base de la organización social, con gran respeto a los padres y parientes de más edad; eran monógamos y reconocían el derecho de la propiedad, que era hereditaria de padres a hijos. Vivían en chozas de madera y zacate.
La presencia Tepehuana se extendía por toda la vertiente oriental de la Sierra Madre en los actuales municipios de Guanaceví, Tepehuanes y Santiago Papasquiaro, Indé, El Oro, San Juan del Río, Canatlán, Durango y en la mayor parte de Pueblo Nuevo y El Mezquital.
Los centros de población estable de mediana importancia que encontraron los españoles a su llegada fueron los de Tepehuanes, Atotonilco, Canatlán, Ocotlán, Analco, Ubamari, Papatzquiaro, Tenerapa, Quibos, Cacaria, Bayacora, El Nayar, Taxicaringa, Teneraca y otros,
En lo que ha sido considerada la primera guerra de independencia intentada en lo que hoy es México, casi 200 años antes que la iniciada por Miguel Hidalgo y Costilla, este tema ha sido tratado a fondo por diversos historiadores, investigadores y sociólogos, destacando extranjeros que al escribir no toman parte en lo que en nuestro país se ha calificado como una historia españolizada.
Christopher Giudicelli, en su obra El Miedo a los Monstruos, en el apartado Indios ladinos y mestizos en la guerra de los Tepehuanes de 1616, destaca que la rebelión tepehuana obedece a una voluntad firme de acabar con la presencia de los españoles, su dominación concreta, y el fundamento espiritual que la apuntala, es decir el cristianismo.
La destrucción sistemática de los establecimientos coloniales y la obra minuciosa de desacralización del espacio ocupado por la iglesia es la puesta en práctica de una predicación milenarista que exige la ruptura con los advenedizos españoles de forma urgente y violenta.
En este sentido, el movimiento persigue unos fines que efectivamente apuntan a la afirmación de una identidad por oposición con la sociedad colonial. Ahora bien, esta orientación plenamente política no implica en absoluto, por parte de los alzados, el retorno a un supuesto estado original, un antes de la aparición de los españoles. El desarrollo de la rebelión, y más precisamente la forma que toman los combates, demuestran una apropiación de saberes, de técnicas y de prácticas que son de claro origen colonial, pero que fueron autonomizados e integrados en la práctica de la guerra, que es la punta de lanza de un proceso de recreación identitaria y de adaptación extremadamente abierto.
Conocedor y estudioso del tema, Giudicelli escribe que los Tepehuanes conocían todas las modalidades de trabajo obligatorio, e iban a trabajar en los establecimientos españoles, como indios de encomiendas, de repartimiento, cuando no como esclavos. Esta situación de dependencia de la sociedad colonial se acrecentó hacia principios del siglo XVII, con el crecimiento relativo de la población española, y el incremento notable de la colonización, en particular agrícola, en los valles orientales de la Sierra Madre Occidental.
Anota que porr las mismas fechas, llegaron a la región los primeros misioneros de la Compañía de Jesús, y fundaron unos pueblos de misión, siempre a proximidad de algún establecimiento español. Cabe insistir en este punto; al contrario de lo que tiende a presentar una visión algo angélica, los pueblos de misión del norte de la Nueva España no pueden estudiarse independientemente del resto de la conquista y de la colonización.
Siempre hubo una total convergencia entre las diversas instancias de la dominación española, y está más que claro que la política de reducción o de congregación requerida por los jesuitas en lugares donde se les pueda doctrinar y bautizar con más provecho de ellos y menos trabajo nuestro1, para citar a uno de ellos, busca beneficiar tanto la política evangelizadora de la Compañía como el desarrollo económico de la provincia, sin olvidar el mantenimiento de la paz hispánica.
La mal llamada conquista espiritual, es decir la imposición de la policía cristiana entre los indios de la sierra, se fundaba más en la fuerza que en la persuasión; el objetivo era, para hablar en términos de Francisco de Urdiñola, que fue gobernador de la provincia durante diez años: para que sean cristianos, es primero necesario transformarlos en gente2. Y esta occidentalización forzada consistía en la fundación de pueblos que seguían un patrón de asentamiento europeo, en los llanos y valles del sotomontano de la Sierra Madre.
Destaca el autor francés como los habitantes originales fueron congregados en los valles fértiles de los ríos Papasquiaro y Tepehuanes por el capitán Juan de Gordejuela e Ibargüen, encargado de su pacificación. Hace ver que en el mismo movimiento en que se fundan pueblos de misión, se fomenta la colonización agrícola que iba a conocer allí un cierto florecimiento, en gran parte gracias a las reservas de mano de obra que representaban las misiones de la Compañía.
Al igual que otros autores, se refiere a la lucha independentista que intentaron los tepehuanes, escribiendo al respecto De modo que el estallido de la rebelión, a mediados de noviembre de 1616, encontró a los españoles totalmente desprevenidos, lo cual amplificó substancialmente el efecto devastador de estos primeros ataques. De hecho, en unos pocos días, prácticamente todos los establecimientos coloniales desaparecieron: la región agrícola de los valles orientales de la sierra, entre el valle de Papasquiaro y el pueblo de Santa Catalina, las ricas estancias de ganado del centro del actual estado de Durango, desde San Juan del Río y Canatlán hasta los llanos de Guatimapé y Tejamen y las regiones mineras y agrícolas del norte de la provincia comprendidas entre los reales de Indé y Guanaceví.
Todos los colonos que pudieron hacerlo dejaron sus casas y se refugiaron en los escasos lugares susceptibles de ofrecer una protección contra los ataques masivos de los rebeldes, con un éxito relativo. A finales de noviembre, varios centenares de personas se encontraban cercados en las iglesias de Guanaceví e Indé, en el pueblo de San Juan del Río y en la gran estancia de La Sauceda, incomunicadas, casi sin comida y sin las suficientes municiones para oponer una resistencia duradera.
Al igual que otros autores, se refiere a la lucha independentista que intentaron los Tepehuanes, escribiendo al respecto De modo que el estallido de la rebelión, a mediados de noviembre de 1616, encontró a los españoles totalmente desprevenidos, lo cual amplificó substancialmente el efecto devastador de estos primeros ataques. De hecho, en unos pocos días, prácticamente todos los establecimientos coloniales desaparecieron: la región agrícola de los valles orientales de la sierra, entre el valle de Papasquiaro y el pueblo de Santa Catalina, las ricas estancias de ganado del centro del actual estado de Durango, desde San Juan del Río y Canatlán hasta los llanos de Guatimapé y Tejamen y las regiones mineras y agrícolas del norte de la provincia comprendidas entre los reales de Indé y Guanaceví